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PROTEGER A LOS NIÑOS

El aislamiento social tiene un profundo impacto en el deterioro de la salud mental de los niños y de los adolescentes. A esta conclusión llegaron las investigadoras Maria Elizabeth Loades, Eleanor Chatburn y Nina Higson-Sweeney en un artículo que publicaron el 3 de junio de 2020 en la J Am Acad Child Adolesc Psychiatry. Previamente hicieron una revisión exhaustiva de 63 estudios en diferentes países del mundo, en una muestra de 51.576 participantes. Como resultado hallaron una asociación significativa entre el aislamiento y la soledad a que está sometida esta población y los trastornos ansiosos (más frecuentes entre los varones) y los de tipo depresivo (entre las mujeres). Por ejemplo, en España se ha encontrado una afectación significativa con desarrollos postraumáticos, que alcanza al 47.3 % de los niños; lo que concuerda con lo reportado por la universidad de Kentucky en 2013: cuando una población se aísla para prevenir enfermedades trasmisibles -como sucede ahora con la Covid-19-, el 30 % de los niños cumple criterios para diagnóstico de Trastornos de Estrés Postraumáticos (TEPT).

 

Por su parte, en Italia se obtuvo que el 90 % de los niños se encontraba afectado por la situación de aislamiento social y por no poder compartir con sus compañeros. ¿Qué sucede en Colombia? Hace pocos días, el Instituto Colombiano de Neurociencias publicó un estudio, resultado de una encuesta que llevaron a cabo durante los meses de la pandemia en 651 hogares, donde viven 1044 niños. Las declaraciones fueron francamente preocupantes: ¡88 % de los encuestados manifestaron sentirse afectados negativamente por la situación del confinamiento! Lo anterior es un claro indicador de que el impacto que ha tenido el aislamiento social ha afectado a este grupo etario por igual, independiente del país de origen. Ante esta contundente realidad, ¿qué se puede hacer como sociedad para proteger la salud mental de los niños y prevenir los desarrollos postraumáticos, que son la mayor preocupación de los investigadores?

 

La primera disposición tiene que surgir de una reflexión por parte de la dirección del Estado para educar a los padres y que se hagan conscientes de lo que se ha demostrado: cuanto más tiempo los niños estén alejados de su núcleo básico de aprendizaje (jardines, colegios), mayores y más duraderas serán las afectaciones en su salud mental. Esta medida tiene que ir de la mano de un gran esfuerzo que debe hacer el Gobierno para dotar a las instituciones educativas de medidas de protección necesarias para los niños y los docentes, que garanticen su proceso enseñanza-aprendizaje y el desarrollo de las habilidades neurocognitivas, en máximas condiciones de seguridad para su salud y la de sus familiares.  

 

 

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