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SUFRIMIENTO COLECTIVO

El sitio desde donde atiendo la consulta particular se encuentra ubicado en un noveno piso; tiene una hermosa panorámica de la ciudad de Pereira. Hace algunos días, para distraerme un poco entre uno y otro consultante, me asomé a la ventana, y mientras veía a las personas que caminaban por la calle, empecé a experimentar una profunda desazón. Por un lado,  iban los carros que pasaban raudos, la mayoría para llegar a casa a horas de almuerzo; por otro, desfilaba un grupo de aproximadamente 10 personas entre hombres, mujeres y niños que llevaban a cuestas algunas pertenencias, y que iban sin rumbo fijo, sin afanes, acercándose a los transeúntes en solicitud de algún tipo de ayuda. Algunos los miraban y seguían su camino; mientras otros, se alejaban rápidamente de ellos por temor. Tanto fue el impacto que produjo en mí esa foto del momento, que permanecí un buen rato atento a la situación, y en mi mente se fueron fijando las dolorosas historias de cada uno de ellos.

 

La secretaria me sacó del ensimismamiento al anunciarme la siguiente consulta; sin embargo, el resto de la tarde ya no fue igual: tenía una extraña sensación de impotencia y desazón al recordar escenas similares de hermanos venezolanos, que deambulan por la ciudad o por las vías que conectan con municipios vecinos. Según el último informe de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), desde el 2014, hay más de 4,7 millones de refugiados y migrantes en todo el mundo, más de 760.000 solicitudes de asilo y 2 millones de personas viviendo en países de América. La tragedia humanitaria que vive Venezuela se suma a los millones de colombianos que viven en condiciones de pobreza extrema. Hace más de 3000 años, Buda enseñaba que no era posible alcanzar la tranquilidad interior en medio de tanta desigualdad reinante en nuestros países.

 

Las expresiones xenofóbicas hacia los migrantes venezolanos, que están tomando cada vez más fuerza en muchos sectores del país, no hacen sino agravar el sufrimiento y la desesperanza de estos seres humanos que lo han perdido todo y que lo único que desean es tener para ellos y sus familiares el derecho más elemental al que puede aspirar un ser humano: una vida digna. Una sociedad que piense en el bienestar del individuo como el fin supremo para lograr el desarrollo, la convivencia y la paz debe proveer los elementos necesarios que garanticen tal propósito. No pueden hacerse distinciones entre colombianos y venezolanos, porque las fronteras y los límites entre naciones solo son concebibles por mentes estrechas que no logran entender que todos somos hermanos y que debemos ser fraternos y solidarios para que florezca el bienestar colectivo. 

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