En este momento de la evolución humana, la información sobre cualquier fenómeno rebasa con creces la capacidad de la mayoría de las personas para darle un manejo correcto, fidedigno y sustentado con fuentes serías y confiables. Un ejemplo de algo que me sucedió hace pocos días sirve para ilustrar esta afirmación. Conversaba con un amigo colombiano que vive en EE. UU. y tocamos el tema del presidente Donald Trump: le comenté las muchas salidas en falso que había tenido durante su mandato presidencial. Su respuesta a favor del mandatario no se hizo esperar: dijo que era el mejor presidente que esa nación había tenido a lo largo de su historia y que era el abanderado de una lucha que este país tenía contra fuerzas oscuras que lo asediaban en el resto del mundo. Cuando le pregunté cuáles creía que eran esas terribles amenazas, me contestó que se trataba de fuerzas que querían conquistar al mundo libre a través de ideologías de corte socialista, promotoras no solo del aborto, sino de la fragmentación de la familia. Por eso arguía que Trump era la única esperanza para restaurar dicho mundo.
En ese momento me picó el bicho de la inquietud para conocer su opinión sobre el cambio de gobierno en ese país; su respuesta me pareció increíble y constaté lo que muchos norteamericanos siguen creyendo como un dogma: al presidente le robaron las elecciones y hubo fraudes en diferentes estados de la unión, pero los medios de comunicación contrarios y comprados por ese nuevo orden mundial no sacaban esas noticias a flote, simplemente porque no les convenía. Y que él estaba seguro que Trump finalmente triunfaría y Biden no se posesionaría, porque el verdadero presidente de los estadounidenses seguía siendo Trump. En ese momento tomé la decisión de voltear esa página y pasar a otro tema, aunque el amigo seguía tratando de convencerme de la certeza de sus apreciaciones.
¿Qué aprendí de esta conversación? Lo que les compartí al inicio del artículo: en todo el mundo, cada vez hay un número mayor de personas fácilmente manipulable por información que no tiene absolutamente ningún sustento en bases reales o confiables, y que, por supuesto, no resisten ningún tipo de análisis reflexivo. Quienes piensan de tal manera son movidos por la emoción, más que por la razón, y se apoyan en medios de comunicación que les dan una información fragmentada, rápida o exprés, la cual asumen como verdad revelada y la defienden sin argumentos. He aquí la paradoja de estar desinformados en un mundo donde la información se incrementa a un ritmo exponencial para que la consuman ciudadanos incapacitados de procesarla de forma debida.
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